Las aventuras de Tom Sawyer: XVII
Pero no había risas ni regocijos en el pueblo aquella tranquila tarde del sábado. Las familias de los Harper y de tía Polly estaban vistiéndose de luto entre congojas y lágrimas. Una inusitada quietud prevalecía en toda la población, ya de suyo quieta y tranquila a machamartillo. Las gentes atendían a sus menesteres con aire distraído y hablaban poco pero suspiraban mucho. El asueto del sábado les parecía una pesadumbre a los chiquillos: no ponían entusiasmo en sus juegos y poco a poco desistieron de ellos. Por la tarde, Becky, sin darse cuenta de ello, se encontró vagando por el patio, entonces desierto, de la escuela, muy melancólica. «¡Quién tuviera —pensaba— el boliche de latón! ¡Pero no tengo nada, ni un solo recuerdo! », y reprimió un ligero sollozo. Después se detuvo y continuó su soliloquio: «Fue aquí precisamente. Si volviera a ocurrir no le diría aquello, no..., ¡por nada del mundo! Pero ya se ha ido y no lo veré nunca, nunca más». Tal...
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