Las aventuras de Tom Sawyer: XXXII
Transcurrió la tarde del martes y llegó el crepúsculo. El pueblecito de San Petersburgo guardaba aún un fúnebre recogimiento. Los niños perdidos no habían aparecido. Se habían hecho rogativas públicas por ellos y muchas en privado, poniendo los que las hacían su corazón en las plegarias; pero ninguna buena noticia llegaba de la cueva. La mayor parte de los exploradores habían abandonado ya la tarea y habían vuelto a sus ocupaciones, diciendo que era evidente que nunca se encontraría a los desaparecidos. La madre de Becky estaba gravemente enferma y deliraba con frecuencia. Decían que desgarraba el corazón oírla llamar a su hija y quedarse escuchando largo rato, y después volver a hundir la cabeza entre las sábanas, con un sollozo. Tía Polly había caído en una fija y taciturna melancolía y sus cabellos grises se habían tornado blancos casi por completo. Todo el pueblo se retiró a descansar aquella noche triste y descorazonadora. Muy tarde, a más de media...
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