A fuego lento: 29
A fuego lento de Emilio Bobadilla Capítulo XVII Las casas y los hotelitos del Bosque se escondían discretamente entre los follajes, a medias de un esmeralda pálido, a medias de un cobre rojizo. Una bruma ligera suavizaba los contornos de las cosas y el claror rubicundo que fluía del cielo, de un cielo nostálgico, penetraba en la verdura como reflejos sutiles. Del césped húmedo, de los árboles leonados se desprendía un ambiente de tristeza indefinible. Los tonos calientes y viriles que el estío había fundido en una opulenta uniformidad, propendían a disgregarse, diferenciándose en una descoloración que era como la agonía de las hojas. -El invierno y el estío -observó Baranda- son estaciones estancadizas: la savia dormita en los troncos y en los ramajes secos llenos de escarcha; la exuberancia vital se entumece en el espesor de las frondas paralíticas cuando los soles de Julio y Agosto calcinan hasta el aire. Pero la primavera y el otoño son estaciones ardientes...
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