Ana Karenina VIII: Capítulo XIX
Ana KareninaOctava parte: Capítulo XIX de León Tolstoi Al salir del cuarto del niño y quedarse solo, Levin recordó otra vez aquel pensamiento en el cual había algo que no estaba claro. En vez de ir al salón, desde el cual llegaban las voces de los demás, se detuvo en la terraza y apoyándose en la balaustrada contempló el cielo. Había anochecido por completo. Al sur, hacia donde miraba, no se veían nubes. Al lado opuesto se extendía el nublado y allí brillaban los relámpagos y se oían lejanos truenos. Levin escuchaba el lento caer de las gotas de agua desde los tilos en el jardín, contemplaba el conocido triángulo de estrellas que tanto conocía, y la difusa Vía Láctea, que cruzaba a aquel triángulo por el centro. Cada vez que brillaba un relámpago, no sólo la Vía Láctea sino las brillantes estrellas desaparecían, pero cuando el relámpago cesaba, las estrellas, como lanzadas por una mano certera, reaparecían en el mismo sitio. «¿Y qué es lo que me...
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