Cañas y Barro: 108
none Pág. 108 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez Volvían a la Albufera animados por repentina energía después de oír a los médicos. Él estaba dispuesto a todo: quería agitarse, para echar lejos aquella grasa que envolvía su cuerpo, abrumando sus pulmones; iría a los baños que le recomendaban; obedecería a Neleta, que sabía más que él y asombraba con su desparpajo a aquellos señores tan graves. Pero apenas entraba en la taberna, toda su voluntad se desplomaba; se sentía agarrarlo por la voluptuosidad de la inercia, no atreviéndose a mover un brazo más que a costa de quejidos y supremos esfuerzos. Pasaba los días junto a la chimenea, mirando el fuego con la cabeza vacía, bebiendo copas a instancias de los amigos. ¡Por una más no iba a morir! Y si Neleta le miraba severamente, riñéndole como a un niño, el hombretón se excusaba con humildad. Él no podía despreciar a los parroquianos; había que atenderlos; el negocio era antes que la...
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