Cañas y Barro: 110
none Pág. 110 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez Neleta acompañó a su marido hasta la barca-correo. La tía había ido delante, por la mañana, en el «carro de las anguilas», para preparar la casita de Ruzafa. Por la noche, al acostarse, después de cerrada la taberna, Neleta creyó oír por el lado que daba al canal un silbido tenue que conocía desde niña. Entreabrió una ventana para mirar. ¡Él estaba allí! Paseaba como un perro triste, con la vaga esperanza de que le abrieran. Neleta cerró, volviéndose a la cama. Resultaba una locura el propósito de Tonet. No era tonta para comprometer su porvenir en un rapto de apasionamiento juvenil. Como decía su enemiga la Samaruca, ella sabía más que una vieja. Halagada, sin embargo, por el apasionamiento de Tonet, que corría a ella tan pronto como la consideraba sola, la tabernera se durmió pensando en su amante. Había que dejar correr el tiempo. Tal vez, cuando menos lo esperasen, retoñaría la...
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