Cañas y Barro: 120
none Pág. 120 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez En estos instantes de desaliento hablaba de huir, de dejar la taberna encomendada a su tía, refugiándose en un barrio apartado de la ciudad hasta que saliera del mal paso. Pero la reflexión la hacía ver inmediatamente lo inútil de la fuga. La imagen de la Samaruca surgía ante ella. Huir equivaldría a acreditar lo que hasta entonces sólo eran sospechas. ¿Dónde iría que no la siguiese la feroz cuñada de Cañamel...? Además, estaban a fines del verano. Iba a recoger la cosecha de sus campos de arroz y despertaría la curiosidad de todo el pueblo una ausencia injustificada, tratándose de una mujer que con tanto celo cuidaba sus intereses. Se quedaría. Afrontaría cara a cara el peligro: permaneciendo en su sitio la vigilarían menos. Pensaba con terror en el parto, misterio doloroso que aún aparecía más lúgubre envuelto para ella en las sombras de lo desconocido, y procuraba olvidar su miedo...
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