Cañas y Barro: 122
none Pág. 122 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez Nada de llevar la criatura a un pueblo inmediato a la Albufera, buscando una mujer fiel que lo criase. Había que temer las indiscreciones de la nodriza, la astucia de los enemigos y hasta la falta de prudencia de ellos, que, como padres, tomarían afecto al pequeñuelo, acabando por descubrirse. Neleta razonaba con una frialdad aterradora, mirando los sacos de arroz amontonados en su dormitorio. Tampoco habla que pensar en ocultarlo en Valencia. La Samaruca, una vez sobre la pista, buscaría la verdad en el mismo infierno. Neleta clavaba en el amante sus ojos verdes, que parecían extraviados por la angustia del dolor y el peligro de la situación. Había que abandonar al recién nacido, fuese como fuese. Debía tener ánimo. En los peligros se muestran los hombres. Lo llevaría por la noche a la ciudad, lo abandonaría en una calle, a la puerta de una iglesia, en cualquier sitio: Valencia es grande... ¡y...
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