Cañas y Barro: 125
none Pág. 125 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez La escopeta parecía igualar a los cazadores. Tratábanse con la fraternidad de compañeros de armas, animándose al pensar en la fiesta del día siguiente; y hablaban de la pólvora inglesa, de las escopetas belgas, de la excelencia de las armas de fuego central, estremeciéndose con fiera voluptuosidad de árabes, como si en sus palabras aspirasen ya el humo de los disparos. Los perros, enormes y silenciosos, con la viva mirada del instinto, iban de grupo en grupo oliendo las manos de los cazadores hasta quedar inmóviles al lado del amo. En todas las barracas convertidas en posadas, guisaban la cena las mujeres con la actividad propia de unas fiestas que ayudaban a vivir gran parte del año. Tonet vio la casa llamada de los Infantes, un piso bajo de piedra, con alta montera de tejas rasgada por varias lucernas: un caserón del siglo XVIII, que se desmoronaba lentamente desde que los cazadores de sangre real...
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