Cañas y Barro: 126
none Pág. 126 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez La reunión se disolvió. Llegaban los barqueros para anunciarles que la cena estaba pronto, y salían en grupos, distribuyéndose por las iluminadas barracas, que marcaban las manchas rojas de sus puertas sobre el suelo de barro. En el ambiente flotaba un fuerte olor de alcohol. Los cazadores temían el agua de la Albufera; no podían beber el líquido del lago como la gente del país, por miedo a las fiebres, y tratan consigo un verdadero cargamento de absenta y ron, que al destaparse impregnaba el aire con fuertes aromas. Tonet, al ver tan animado el Saler, como si en él acampase un ejército, recordaba los relatos de su abuelo: las orgías organizadas en otros tiempos por los cazadores ricos de la ciudad, con mujeres que corrían desnudas, perseguidas por los perros; las fortunas que se habían deshecho en las míseras barracas durante largas noches de juego, entre tirada y tirada: todos los placeres...
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