Cañas y Barro: 56
none Pág. 56 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez Los domingos, mientras realizaba el sagrado acto, miraba con el rabillo del ojo a los fieles, fijándose en los que escupían con insistencia, en las comadres que charlaban murmurando de la vecina, en los chicuelos que se empujaban cerca de la puerta; y al volverse, irguiendo su arrogante cuerpo para bendecir a todos, miraba con tales ojos a los culpables, que éstos se estremecían adivinando las próximas amenazas del pare Miquel. Él era quien había expulsado a patadas al ebrio Sangonera, al pillarle por tercera o cuarta vez empuñando la botella de vino de la sacristía. En su casa sólo el cura podía beber. El genio violento le acompañaba en todas sus funciones sagradas, y muchas veces, en plena misa, al notar que el sucesor de Sangonera equivocaba las respuestas o andaba tardo en trasladar el Evangelio de un lado a otro, le largaba una coz por debajo de las randas del alba, chasqueando la lengua como si...
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