Cañas y Barro: 62
none Pág. 62 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez Así lo habían inventado los antiguos jurados, que no sabían escribir, y así continuaba. Cada hoja contenía la cuenta de un pescador. Nada de inscribir su nombre en la cabecera, sino la marca que cada cual ponía a su barquito y sus redes para reconocerlos. Uno era una cruz, el otro unas tijeras, el de más allá un pico de fálica, el tío Paloma una media luna, y así se entendía el jurado, no teniendo más que mirar el jeroglífico para decir: «Ésta es la cuenta de Fulano». Y después, en el resto de la página, rayas y más rayas, significando cada una de ellas el pago de un mes de impuesto. Los viejos barqueros alababan este sistema de contabilidad. Así cualquiera podía revisar las cuentas, y no había trampas como en esos librotes de números y apretada escritura que sólo entienden los señores. El Jurado, un mocetón avispado, de cabeza rapada y ojos insolentes, tosió y escupió varias veces...
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