Cañas y Barro: 75
none Pág. 75 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez El vagabundo parecía enternecido por la copa que le había pagado Tonet. La calma del puerto, interrumpida a ratos por el martilleo de los calafates y el cloquear de las gallinas, excitaba su locuacidad, impulsándolo a las confidencias. No, Tonet; él no podía trabajar; él no trabajaría aunque le obligasen. El trabajo era obra del diablo: una desobediencia a Dios; el más grave de los pecados. Sólo las almas corrompidas, los que no podían conformarse con su pobreza, los que vivían roídos por el deseo de atesorar, aunque fuese miseria, pensando a todas horas en el mañana, podían entregarse al trabajo, convirtiéndose de hombres en bestias. Él había reflexionado mucho; sabía más de lo que se imaginaba el Cubano, y no quería perder su alma entregándose al trabajo regular y monótono para tener una casa y una familia y asegurar el pan del día siguiente. Esto equivalía a dudar de la misericordia de...
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