Cañas y Barro: 91
none Pág. 91 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez La gente les dejaba entrar en el pueblo sin moverse de la ribera. Quería ver de cerca los instrumentos misteriosos depositados junto al mástil de la barca, y que unos cuantos mocetones comenzaban a remover. Los timbales, al ser trasladados a tierra, causaban asombro, y todos discutían el empleo de aquellos calderos, semejantes a los que se usaban para guisar el pescado. Los contrabajos alcanzaron una ovación, y la gente corrió hasta la iglesia siguiendo a los portadores de las «guitarras gordas». A las diez comenzó la misa. La plaza y la iglesia estaban perfumadas por la olorosa vegetación de la Dehesa. El barro desaparecía bajo una gruesa capa de hojas. La iglesia estaba llena de candelillas y cirios, y desde la puerta se veía como un cielo oscuro moteado por infinitas estrellas. Tonet había preparado bien las cosas, ocupándose hasta de la música que se cantaría en la fiesta. Nada de misas...
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