Cañas y Barro: 94
none Pág. 94 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez Estos incidentes entraban en la diversión: todos los años ocurrían. A las tres horas de lento paseo por el pueblo, todos iban borrachos. Dimoni con la cabeza pesada y los ojos cerrados, parecía estornudar en la dulzaina, y el instrumento gemía indeciso y vacilante como las piernas del tañedor. Sangonera, viendo el pellejo casi vacío, quería cantar, y coreado por un continuo «fora, fora!» entre silbidos y relinchos, improvisaba coplas incoherentes contra los «ricos» del pueblo. No quedaba vino, pero todos confiaban en dar fondo a la mitad de su viaje frente a casa de Cañamel, donde renovarían la provisión. Cerca de la taberna, oscura y cerrada, los de les albaes encontraron a Tonet envuelto en la manta hasta los ojos y enseñando por bajo de ella la boca del retaco. El Cubano temía la indiscreción de aquella gente; recordaba lo que él habla hecho en noches iguales, y creta contenerlos con su...
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