De tal palo, tal astilla:10
De tal palo, tal astillaCapítulo X: Las uñas del raposo de José María de Pereda Oyéronse a la puerta del gabinete en que Águeda se hallaba unos golpecitos muy acompasados y una voz afectadamente tímida, que preguntaba: -¿Hay permiso? Águeda se estremeció, como quien despierta de un largo sueño con el graznido de la corneja, y respondió de muy mala gana: -Adelante. Y entró don Sotero, en su actitud habitual en aquella casa; encorvada la cerviz, el paso lento y las manos cruzadas sobre el vientre. Saludó a su modo; preguntó a la joven por la salud, por el apetito, por el sueño, por el dolor de cabeza y por veinte cosas más; oyó lo menos que podía respondérsele, y dijo restregándose muy suavemente las manos, después de avanzar dos pasos hacia Águeda, quedándose a pie firme delante de ella: -Presupuesto, señora mía, que el bálsamo de la religión, juntamente con el buen sentido con que el Señor, en su divina munificencia, quiso dotarla a usted, habrán...
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