Doña Milagros: 11
Capítulo X 11 Pág. 11 de 20 Doña Milagros Emilia Pardo Bazán Pasaron Carnestolendas, y el mal de mi hija arreció, hasta el extremo, que vi llegada la hora de vencer la debilidad de mi carácter y adoptar alguna resolución, porque aquello más que a santidad transcendía a delirio. Antes de que confirmase mis recelos el médico, había yo comprendido que Argos ni era santa ni penitente, sino enferma. Después de la visita al cementerio, sus rarezas redoblaron. Había días que se recluía en su cuartito (tenía uno para ella sola, de donde había expulsado a Rosa, bajo pretexto de que Rosa quería espejos, floreros y otras profanidades), y nuestros ruegos para que saliese a comer eran inútiles: dejaba correr horas y horas sin probar alimento, tal vez llorando; lo encendido de sus párpados la delataba. Aquella devoción sordomuda de los primeros días; aquel bullir de la segunda época, aquel piadoso zascandileo en unión de la marquesa de Veniales, Paciencita...
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