El cerebro humano
Introducción El cerebro humano sigue siendo un gran desconocido. Ante la creciente incidencia de enfermedades neurológicas, cuyo paradigma es la de Alzheimer, los países europeos se han propuesto avanzar en un terreno lleno de enigmas. En 1992 se inició en Europa la década de la investigación cerebral, que abre una etapa de progreso en el conocimiento de las neurociencias y de acercamiento al reto de descifrar cómo funciona la fábrica del pensamiento, el sustrato bioquímico de la mente. Las líneas maestras de investigación que se han establecido incluyen la recogida de datos epidemiológicos armonizados sobre prevalencia e incidencia de enfermedades neurológicas, la investigación molecular y celular, el establecimiento de protocolos clínicos consensuados, y el afianzamiento de la colaboración entre universidad, industria y laboratorios, entre otros factores. En neurobiología existe un acuerdo amplio sobre el hecho de que la mente está relacionada con ciertos aspectos del funcionamiento del cerebro. El elemento más misterioso es la conciencia, que puede adoptar muchas formas, desde el dolor hasta la noción de sí. Hace tres siglos, René Descartes consideraba la mente una entidad inmaterial y extracorpórea que se expresaba gracias a la glándula pineal. Hoy, la mayoría de los neurocientíficos creen que todos los aspectos de la mente, incluida la conciencia, se pueden explicar por la interacción entre las neuronas. Descartes no sabía que los mecanismos del cerebro se construyen y se mantienen conjuntamente por genes y experiencias. Además, la versión actual es el fruto de millones de años de evolución. El cerebro es difícil de comprender porque, a diferencia del ordenador, su construcción no obedece a propósitos específicos ni se atiene a principios concretos de diseño. La selección natural es la responsable. A menudo se identifica mente con conciencia, entendida ésta como un sentido subjetivo de percepción y conocimiento de sí mismo. A priori no existe razón alguna para asignar a la conciencia una ubicación determinada, ni la hay tampoco para suponer que dicha conciencia global exista con carácter de entidad fisiológica unificada. Además, la mente no se reduce a la conciencia ni a la corteza cerebral. Los anhelos, los estados de ánimo, los deseos y las formas de aprendizaje subconsciente son fenómenos mentales en un sentido amplio. Los afectos dependen de la función de las neuronas de igual manera que el pensamiento consciente. El neurólogo se pregunta si el cerebro posee suficiente complejidad para explicar el misterio de la imaginación humana, de la memoria y de los estados de ánimo. La indagación filosófica debe complementarse con experimentos, los más urgentes, apasionantes y difíciles de toda la ciencia. El progreso en el conocimiento de la mente humana resultará más fácil si consideramos la mente como una sucesión de procesos mentales, en vez de una sustancia o un espíritu.
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