El cisne de Vilamorta: 24
Capítulo XXIII 24 Pág. 24 de 29 El cisne de Vilamorta Emilia Pardo Bazán Sobre Vilamorta ha caído el negro cortinaje del invierno. Llueve, y por la calle principal y la plaza, empapadas y cubiertas de sucio barro, sólo cruza, de tiempo en tiempo, algún campesino invisible bajo su capa de juncos, jinete en un rocín cuyas herraduras baten el suelo y alzan un chapoteo de fango. Ya no hay fruteras, por la plausible razón de que tampoco hay fruta: todo está solitario, húmedo, enlodado y mohoso. Cansín, con zapatillas de orillo y bufanda, se pasea sin cesar ante su puerta por evitar los sabañones; el alcalde aprovecha un reducidísimo soportal que hay frente a su casa para entretener la tarde, dando diez pasos hacia arriba y diez hacia abajo, patear muy fuerte y calentarse los pies; ejercicio sin el cual afirma que no digiere. ¡Ahora sí, ahora sí que la pobre villita está muerta! Ni agüistas, ni forasteros, ni ferias, ni vendimias... Una paz, un abandono...
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