El conde de Montecristo: 1-20
El conde de MontecristoPrimera parte: El castillo de IfCapítulo 20 de Alejandro Dumas Capítulo veinteEl cementerio del castillo de If Sobre la cama, tendido a lo largo a iluminado débilmente por la claridad de la luz nebulosa que penetraba por la ventana, se veía un saco de grosera tela, cuyos informes pliegues dibujaban los contornos de un cuerpo humano: aquél era el sudario del abate, aquél era el sudario que, según decían los carceleros, costaba tan poco. Todo había terminado. La separación material existía ya entre Dantés y su anciano amigo. Ya no podría ver aquellos ojos que habían quedado abiertos como para mirar más allá de la muerte, ni podría estrechar aquella mano industriosa que descorriera el velo a tantos misterios para que él los penetrase. Faria, su útil y buen compañero, a cuya presencia tanto se había acostumbrado, no existía ya más que en su memoria. Entonces se sentó a la cabecera de la cama, dominado de una triste y lúgubre...
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