«Encontré el nombre por pura casualidad —confesaría Tristán Tzara—, insertando una plegadera en un tomo cerrado del Petit Larousse y leyendo luego. al abrirlo, la primera línea que me saltó a la vista: Dada.» Varios meses antes, en el café Terrasse de Zurich, había explicado que Dadá nació de un deseo de independencia, de desconfianza hacia la comunidad. «No reconocemos ninguna teoría. Basta de academias cubistas y futuristas: laboratorios de ideas generales.» Aquella noche de 1916, entre todo el tráfago de personajes descontentos por los acontecimientos bélicos, se encontraban Tristán Tzara, un joven estudiante rumano que había dejado sus estudios de filosofía en Bucarest para entregarse a la literatura; un pintor alsaciano, Hans Arp, autor de extraños relieves en madera; otro alsaciano, Marcel Janco, pintor; un médico, Val Serner, y dos escritores alemanes, Richard Huelsenbeck y Hugo Ball.
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