El papá de las bellezas: 08
Capítulo VIII 08 Pág. 08 de 11 El papá de las bellezas Felipe Trigo ¡Bravo! ¡Agosto! ¡el caluroso Agosto!... ¡San Sebastián! ¿Quién quedaba achicharrándose en Madrid? He aquí el Gran Casino, los conciertos, la terraza... la inmensa Concha, serena como un lago. Los inteligentes, los helénicos, los verdaderamente entendidos, claro es que echaban de menos la playa de Biarritz, donde tantas elegantes lucían los senos y los muslos y todo lo lucible, con tal que fuese bueno, bañándose en maillot. Aquí, no: las más lindas veíanse condenadas á cruel moralidad con las casetas junto al agua, con los desairados trajes al tobillo y con las antipáticas bañeras entrando á pleno mar para cubrirlas... Hipólito, con los prismáticos, todas las mañanas, inútilmente habría querido volver á ver al disimulo las delicadísimas líneas de Luz, ó las arrogantes morenas formas de Matilde... vamos, de Irene. Aunque no fuese más que verlas; porque el caso era...
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