Estado civil - Tercera parte. Capítulo I
NIETO DE UNA DERROTA Francia, mi adolescencia te amó dolosamente. Padres míos, no habéis sabido callaros. Una sombra nociva cubría el país donde nací. Todas las palabras caían pesadamente sobre mi corazón. No supieron callarse: a mi alrededor se derramaban las palabras que contaminaban. Pero yo, yo velaba por nuestra vida. Y me entregaba a arrebatos de arrancar todo lo que, desde hacía mucho tiempo, sin equivocarme, había visto bien marcado por el signo de la destrucción. Dudaba de la causa que una pasión desesperada, lo sabía, me obligaría a defender. Ignorante, me entregaba a las primeras ideas que llegaban. Había recibido una débil idea de mi patria por boca de otros que la habían aceptado. El alma, el espíritu, aguardaban, Sufría un malestar que sentía en todas partes. Estaba enfermo, y era el mal de todo un pueblo. Me habían enseñado a reconocer cualquier signo de debilidad. Los seres débiles hacen un ídolo de la debilidad. Lo cuentan todo. En el...
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