Ismael : 9
Ismael : 9 de Eduardo Acevedo Díaz Las tinieblas empezaban a difundirse, densas, aumentadas por la espesura del follaje en aquellos lugares imponentes. Había cesado la música de los pájaros, y otros ruidos muy distintos turbaban a intervalos el silencio de la selva. De apartados sitios, tal vez de los juncales de la opuesta margen llegaba ronca la querella del puma con color, irritado por el celo; y entre los seibos gruñía el carpincho sordamente al abandonar tras la reacia compañera el fondo de las aguas. Al pie de negros arrayanes solía agitarse algo de invisible y temeroso, que el jinete ahuyentaba a su paso, lanzando un agudo silbido; el coatí se escurría gruñendo, el hurón volvíase a su cueva diligente, y el lagarto se deslizaba entre las yerbas con la rapidez de una saeta. A veces, presentábase de improviso un claro en la tupida bóveda y el manso fulgor de las estrellas se esparcía como una gasa...
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