IX. Segundo descubrimiento de Madrid

LANZADO Valle-Inclán a la vida literaria, empieza a pensar en formarse una apariencia física todavía más singular, conforme a la moda entre dandy y bohemia de entonces. Se deja la barba hasta mucho más abajo de lo normal —una barba que venía a ser algo así como una imponente guirnalda de batallona fiesta literaria— y no se corta el pelo más que de higos a brevas. A los dos meses corridos su aspecto es impresionante. Un barbero que quiere pasar por gracioso, cuando el escritor discurre por la calle Michelena, frente a su barbería, sale a la puerta y hace sonar el tic tac de sus tijeras. Otros pollos, entre cursis y endomingados, envían a cada rato, al domicilio de Valle-Inclán, a un peluquero inocente, que no está en el quid de la broma. Una mañana, cansado de tanta rechifla estúpida, el escritor expulsa a puntapiés al fígaro a domicilio y abofetea decidido al barbero de las tijeras. —Yo me cortaré el pelo cuando a vosotros os sierren los cuernos. Ramón del...

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