La Montálvez: II-05
La Montálvez-Parte II: Capítulo V de José María de Pereda Y como don Santiago no podía levantarse de su asiento sin gran trabajo, no hubo allí quien presentara una silla a la marquesa, la cual se sentó, muy campechana (porque afortunadamente era mujer de gran correa para esos lances), en la que, entre excusas y hasta cabriolas, le ofreció el aturdido reumático desde su potro de tortura. -¡Oh, señora marquesa! -decía don Santiago, tambaleándose entre el escritorio y el sillón-: si yo hubiera sabido..., si pudiera presumir que esta casa había de ser honrada por usted y no por otra persona de su confianza, yo me habría prevenido, habría esperado, y en la sala, como es de... -Gracias, gracias, señor de Núñez -respondía atajándole la gran dama, entre sonrisas picarescas-; no tiene usted por qué lamentarse: lo conozco todo; me pongo en todos los casos. -La rodilla, señora, esta pícara rodilla que no me permite levantarme de pronto, ni andar sin muchísimas...
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