La tía Tula:XXII
La tía Tula de Miguel de Unamuno La tía Tula no podía ya más con su cuerpo. El alma le revoloteaba dentro de él, como un pájaro en una jaula que se desvencija, a la que deja con el dolor de quien le desollaran, pero ansiando volar por encima de las nubes. No llegaría a ver al nieto. ¿Lo sentía? «Allá arriba, estando con ellos –soñaba–, sabré cómo es, y si es niño o niña... o los dos.... y lo sabré mejor que aquí, pues desde allí arriba se ve mejor y más limpio lo de aquí abajo.» La última fiebre teníala postrada en cama. Apenas si distinguía a sus sobrinos más que por el paso, sobre todo a Caridad y a Manolita. El paso de aquella, de Caridad, llegábale como el de una criatura cargada de fruto y hasta le parecía oler a sazón de madurez. Y el de Manolita era tan leve como el de un pajarito que no se sabe si corre o vuela a ras de tierra. «Cuando ella entra –se decía la tía–, siento rumor de alas caídas y quietas.» Quiso despedirse primero de...
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