Las vírgenes locas: 4
Las vírgenes locas de Vicente Blasco Ibáñez Capítulo IV —Y esta pobre —continuó el médico— prosigue la santa obra de la alegría. Cuando se ve sola, piensa en la otra, piensa en el oficial muerto, y huye en busca de los agonizantes, como si el dolor ajeno fuese su refugio. La sala de los incurables, de los que están condenados á morir, es su lugar preferido. Y canta, cuando minutos antes suspiraba á solas; ríe, con los ojos cargados aún de lágrimas. »Nosotros fingimos no ver lo que hace. ¿De qué sirven los reglamentos ante la muerte?... Lo que importa es que proporcione un poco de alegría al que se va. Cada uno hace el bien como puede. Anoche la sorprendí empleando su método en la sala de los desesperados. Tenemos un tirador marroquí con las piernas y el vientre deshechos. Va á morir de un momento á otro; tal vez ha terminado á estas horas. Tenemos un alemán que está en la cama inmediata. Los colocaron así inadvertidamente; ahora es tarde para...
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