Rojo y negro: Capítulo LVII
Rojo y negro de Stendhal Los puestos más hermosos de la iglesia ¡Servicios! ¡Talento! ¡Méritos! ¡Bah! ¡Afíliate a una camarilla! TELÉMACO He aquí cómo la idea de ceñir una mitra, que más de una vez había pasado por la imaginación de Julián, penetró en la cabeza de una mujer, que más pronto o más tarde debía ser la llamada a distribuir los puestos más hermosos de la Iglesia de Francia. Verdad es que, dadas las circunstancias y el estado de ánimo de Julián, semejante perspectiva no le habría halagado gran cosa, sencillamente porque le era imposible pensar en lo que no fuera su desventura presente. Todo le atormentaba, todo le era insoportable: hasta la vista de su habitación. Por las noches, al entrar en ella para acostarse, los muebles, los objetos de adorno, parecían animarse y tener voz para anunciarle con acentos ásperos y destemplados algún detalle nuevo de su desgracia. -Menos mal que me he impuesto una labor obligada- murmuró al entrar en su...
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