Rojo y negro: Capítulo VII
Rojo y negro de Stendhal Las afinidades electivas No saben llegar hasta el corazón sin herirle. UN AUTOR MODERNO Le adoraban los niños, sin que el preceptor tuviese para ellos una chispa de cariño. Jamás le impacientó nada de lo que sus discípulos hacían. Frío, impasible, supo hacerse querer, porque su llegada alejó, hasta cierto punto el tedio de la casa, y fue un buen preceptor. Inspirábale odio, horror, la familia en cuyo seno había sido admitido, siquiera fuese en el lugar más humilde, circunstancia que, tal vez explique su odio y su horror. Algunas veces, pocas, en banquetes de gran aparato, le costó un trabajo inmenso contener dentro de su pecho el odio que encendía lo que le rodeaba. Entre otros, un día de San Luis, la presencia en la casa del señor Valenod, alzó en el alma de Julián tal tempestad de furia, que estuvo a punto de venderse: si quiso evitarlo, hubo de huir al jardín, pretextando el deseo de ver a sus discípulos. -¡Qué de elogios a la...
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