X. Confesiones de un Corazón Herido

Introducción

Isadora Duncan interpretando La Marsellesa. (Apunte de A. Bourdelle.)

NI la Escuela, ni los recitales de danza, ni la buena voluntad de Lohengrin consiguieron distraer los pensamientos de Isadora. Nada podía volverla a la realidad. En su estudio no podía vivir, porque todo le recordaba demasiado a los niñas. En la Escuela, donde las alumnas le habían pedido que viviera para ellas, no podía pasar más de dos días sin deshacerse en llanto. Y siempre que miraba a Lohengrin, no podía dominar el dolor. Este acabó por no soportar el ambiente depresivo que le rodeaba y un día se marchó, sin despedirse siquiera.

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