Carta a una monja
Carta a una monja de Francisco de Quevedo Por estas cruces suplico a vuesa merced, mi señora doña Ángela, que no rasgue antes de leerla esta carta: que aunque parece cimenterio o procesión de Semana Santa, no es sino que de miedo que por despreciarlas no se orienen en ellas, la he llenado de cruces, como rincón de iglesia. Ella, en fin, va bien persignada, y es casta cruces, como tranquiladura; billeter, figura de calvario y todo lo demás que vuesa merced quisiera decir de un papel tan crucificado con este. Tiempo es de perdonar agravios, y advierta vuesa merced que mi pecado y el de Adán tienen parentesco en muchas cosas, pues si a él le echaron del paraíso por una manzana, a mí por muchas peras. Vuesa merced fue la Eva, y yo la culebra; que así lo parecía con el vestido y botas, y el engaño de acá fue no dar a Eva que comiese las peras, sino comérselas la misma culebra. Matanza fue vuesa marced de mi hambre imperial. No la pese a vuesa merced de haber hecho...
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